Hora de reinventarte

Llega un momento en la vida en el que necesitas dejar de hacer lo que estás haciendo y entrar en otra fase. Y si es inmediatamente, mejor.
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A nivel laboral , vamos como en una montaña rusa que recorre una curva de Gauss: al principio, vas subiendo con emoción, demostrando que puedes hacerlo mejor que nadie, halagadísimo cuando tu superior reconoce tus méritos y sintiéndote cada día el dueño y señor de tu profesión.
Excelente.
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Con el pasar del tiempo, llegas a conocer tan bien tu trabajo, a hacerlo de manera tan controlada y eficiente que entras en esa especie de limbo laboral llamado desidia.
Tus funciones están tan repetidas que ya no representan ningún reto. Lo que antes demandaba investigación, esfuerzo, trasnochos, hoy lo puedes hacer en cuestión de minutos. Cero stress, relajado.
Ladillado.
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En ese preciso momento en el que te sientes rutinario y soso, que trabajas por inercia y todos los días te parecen iguales, ocurre lo que nunca pensaste que sucedería: en esa área que dominas a la perfección… te vuelves mediocre.
Increíble, ¿cierto?
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Creo que es allí cuando llega la hora de reinventarte, de buscar otra cosa que hacer: algo que te quite el sueño, que te haga volver a los libros, a la curiosidad, que te haga tomar decisiones serias.
Algo que te salve de tu aplastante eficacia y te haga más pequeño… pero al mismo tiempo, te haga sentir vivo.

Sonrisa y seriedad

Hoy no sé si sonreír o volver a mi seriedad… esa que esconde la confusión que no me deja pensar.
Hoy me siento tan entusiasmada y al mismo tiempo… tan derrotada.

Hoy quise correr con todas mis fuerzas hacia un lugar seguro, lejos… En cambio, caminé con pasos aplomados que me devolvieran mi cordura y mi dominio propio.

Me encanta sentirme flotando en el aire, respirando un aire de ensueño… Es hermoso.
Pero ni el más rosa de los sentimientos me impide darme cuenta de que cuando la realidad te da en la cara, también tienes que exigirte realidad como respuesta…

En ese proceso de torpe búsqueda, en ese tantear a ciegas y a golpes la manera más idónea de llegar hasta arriba, se me hizo demasiado tarde. O peor aún, quizás tenía negado de antemano el acceso; creo que nunca lo sabré.

Sonrío de mi propia tontería adolescente y al mismo tiempo, me pongo seria al reconocer que no puedo seguir pensando en pajaritos azules.

Hasta DaVinci entendió una vez cómo se ve esa sensación…

Vivir aquí y ahora (¿Y cómo?)


5:30 am Me levanto pensando en lo que voy a decir a las 7:30 en la radio.

7:30 am Comienzo mi programa pensando en la lista de cosas pendientes que me espera en mi segundo trabajo, a las 10 de la mañana: «El guión, llamar al cliente, solicitar vestuario…»

9:00 am Desayuno pensando en que tengo que confirmar mi almuerzo a las 12.

10:00 am Inicio mis funciones de productora pensando que al mediodía, tengo que ir al banco y pagar la luz.

1:00 pm En la cola del banco, estoy pensando que a las 3 debo regresar a cambiar el guión de ayer. Quizás me de tiempo de secarme el cabello. Quizás.

3:20 pm Llego tardísimo a la oficina pensando que a las 6 tengo que salir volando a la universidad. Se me olvidó pagar la luz, será mañana.

6:30 pm Llego a mi primera clase, buscando a María para cuadrar la cola de regreso a las 10 y media de la noche.

8:30 pm Llego a mi segunda clase y la concentración se fué lejos. Sólo pienso en que a las 11 pm me espera mi ducha caliente y mi camita.

11:30 pm Adormilada entre el televisor y las sombras, pienso nuevamente en lo que diré en el programa mañana a las 7:30 am…

Emigrar o no emigrar…


Una de las reflexiones que me dejó este viaje a Europa fue el tema de la inserción de los venezolanos en la vida sociocultural de un continente nuevo.

Es cierto que muchos hemos tenido el sueño de partir a tierras lejanas en busca de mejores oportunidades. Algunos se han atrevido y otros han preferido la seguridad de la tierra conocida.

Sin embargo, esta migración, según mi propia experiencia y la de otros cercanos a mí, está bastante lejos de ser un sueño. Al contrario, es un camino difícil que te obliga a salvar barreras de idioma, cultura, comida, inviernos agresivos, discriminación y muy especialmente, de trabajo.

Son muchos los venezolanos que están de mesoneros y limpiadores en países extranjeros y aunque eso no tenga nada de denigrante (no me crucifiquen otra vez, por favor) puesto que son trabajos honestos, dudo mucho que sea el sueño del venezolano que decide partir en busca de una vida mejor.

Puedo hablar sólo de lo que he visto en Europa puesto que jamás he pisado Estados Unidos…
Tengo una prima en Copenhague de la que estoy sumamente orgullosa pues es una mujer preparadísima, pero a pesar de todos sus conocimientos, no consigue un empleo digno de su capacidad.

Tengo amigos que deben conformarse con trabajos de bedel por algunas horas a la semana y no se les ha asomado en varios años la posibilidad de un cambio, de una evolución.

Un compañero de viaje, economista brasileño con un buen trabajo en Italia, me decía que él veía un colapso cercano en el mercado laboral europeo (si es que no lo hay ya) por tratarse de una economía y cultura envejecidas. Y que en realidad, el futuro estaba más bien en Estados Unidos o en América Latina.
Me relató insistentemente, con todo su basamento económico-filosófico, que su desarrollo en Italia era bueno pero que su gran crecimiento estaba definitivamente en Brasil, a pesar de su desorden y sus favelas.

Quizás ya algunos estén pensando que comparto la frase del mail que está rodando por ahí sobre los venezolanos en el exterior: «Si se cree la gran vaina, no emigre».
Pero no es eso.

Reconozco que dejar atrás la inseguridad de las calles, el caos de una ciudad mal mantenida y la cultura de «como vaya viniendo, vamos viendo» (sin mencionar la dicha de alejarse de Chávez y sus ideas comunistoides), ya es un avance importante. Pero al mismo tiempo me pregunto y les pregunto a los venezolanos que están fuera si vale la pena el desarraigo.

Me pregunto si el hecho de renunciar al calor familiar, al sol brillante todo el año y a las oportunidades de un mercado aún virgen, se ha visto realmente recompensado.
En suma, me pregunto: ¿Vale la pena emigrar?

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PS: Eché a perder mi plantilla otra vez. Ya están activados los comments. Disculpen las molestias causadas.

En casa…


Europa es hermosa, cierto. París, Madrid, Roma… son un sueño.
Pero luego de rodar por todos lados: hoteles, camas prestadas, duchas incomprensibles y demás, sinceramente no hay nada como llegar a dormir en mi cama, escuchar mi música en mi equipo y sobre todo, bañarme en MI baño.
Estar en casa es como estar en un hotel 10 estrellas… que es tuyo.
Qué bien se siente…