Él vino… y no te imaginas cuánto deseé que fueras tú.
Tocó el timbre y entró con caramelos y una botella de vino… y yo sólo podía desear brindar contigo.
Comenzó a sonreir y a contarme su día, sus problemas, sus triunfos… y yo era incapaz de escuchar, prefería preguntarme cómo habría estado tu día y si querías contármelo recostado en mis piernas.
Su mano en mi cintura me sacó de todos los pensamientos que iban volando a tu alrededor. Y sentí cómo quería acercarse y besar mi espalda. Pero yo sólo recordaba la tuya y ese impulso de tocarte que nunca tuvo el valor de cristalizarse.
«¿En qué estás pensando, bella?» preguntó.
«En nada… » respondí.
Pobrecito «él». En serio. Uno quisiera no ilusionarse con alguien que ni siquiera pensará en ti.
Es cruel, Andre. Pero antes de defender a los compañeros de género te defiendo a vos, y tu derecho a dudar y tener un alma libre.
¡¡¡Pero no seas maluca!!! es mejor no aceptar el vino, vale.