Daños Colaterales

Cada cierto tiempo tengo la manía de dejar que un arrebato de adrenalina me lleve por los caminos del mundo y le dé una sacudida a mi vida. Es como romper un ciclo de monotonía y ponerle un poco de sal a mi entorno.
La última vez que me sucedió fue en septiembre de 2009 cuando comencé a planear un viaje a Nueva York. Las razones eran bastante razonables: mejorar el inglés, familiarizarme con el sistema norteamericano, subir de nivel en el trabajo y sobre todo, darse un baño de gran ciudad como sólo es posible en las calles de Manhattan.

Generalmente, cuando planifico un evento importante como ese, suelo ser metódica y previsiva. “Me voy unos seis meses a Nueva York, me va a ayudar mucho en mi carrera” – me digo a mí misma, convencida siempre de que la planificación se hace en base a eso: la carrera, el ascenso, el crecimiento.
Lo que nunca tuve la previsión de anotar es que la ciudad de Nueva York me iba a traer también otras sorpresas a nivel personal. En mi lista de “pendientes” nunca planifiqué que alguien iba a acercarse en el andén del metro para hablarme de amor. Tampoco estaba previsto que alguien me diera un beso a las orillas del Hudson y que se quedara incrustado en mi cabeza, aún a cuatro mil kilómetros de distancia.

No pensé que alguien más se iba a enamorar de mí y yo tendría que pasar el mal trago de rechazarlo. Alguien que todavía me escribe y me extraña…
No pensé en que iba a encontrar un grupo de amigas con las que podía contar para cualquier cosa, que saben ahora muchas de mis intimidades y que son bienvenidas en mi corazón para siempre.

No, realmente soy una cabeza hueca cuando digo a la ligera “Me voy 6 meses y vengo”, sin pensar en los daños colaterales que trae un desarraigo, por breve que sea.
Aprendizaje, sí. Inglés, también. Pero… ¿qué pasa cuando el corazón no estaba metido en la lista pero también vivió el viaje al máximo? ¿Qué pasa cuando las circunstancias te hacen volver pero se te quedan algunas venas sueltas en la tierra que te recibió?
¿Qué estaba pensando yo? Que iba a estudiar, a crecer, a trabajar durante seis meses… ¿sin vivir?

Un país llamado intimidad

Esta es una historia que nació por casualidad en un día de trabajo y se ha mantenido como niña caprichosa en el antojo de no morir, aunque para ello deba sacudirse la sensatez y asumir la locura peligrosa como fuente de alimento.

Antes de empezar, quiero oír a Silvio diciendo que ojalá pase algo que te borre de pronto, para no verte tanto, para no verte siempre en todos los segundos, en todas las visiones.
Parece entender bien mi situación, aunque nunca me haya conocido. Parece entender que necesito de un elemento externo que catalice el proceso de olvido porque yo, con mi débil voluntad, me tardaré años…

Un país tú, un país yo y un tercer país nuestro encuentro.

Durante meses me resistí con todas mis fuerzas a cometer un desatino de esa magnitud. ¿Tomar un avión y viajar doce horas para verte? Perdóname, una señorita con mi cerebro y mi status de ejecutiva internacional no se permite esos absurdos.

Un rayo de los dioses envió un trabajo importante que se metió en el medio de los dos y me salvó por un tiempo de lo que parecía un error. Ahora veo que el error más grande habría sido no ir a abrazarte aunque tuviera que llegar nadando a Australia.
Pero fíjate cómo es de alcahueta el destino que, en un pase de magia burocrática, quitó ese trabajo de mi vista y me dejó en el medio de la calle, desnuda de toda excusa para no ir a verte.
Y es que en verdad, con excusa o sin ella, yo sí quería ir a encontrarte. Yo sí quería entregarme a los absurdos y a los desatinos. Yo sí quería deslastrarme de mi cerebro internacional y pensar con la piel al menos por una vez.

“A la mierda todo” – dije por fin – valiente y decidida. Tomé mi pasaporte, mi boleto, unos cuantos dólares y viajé hasta la madrugada sólo para volver a olerte de cerca.

Miedo seguía habiendo, eso no lo puede negar ni Dios. Miedo a convivir con alguien durante una semana, cuando hacía varios años que no compartía mi cama por más de una noche. Miedo a que este viaje se convirtiera en un vulgar intercambio de fluidos y no en una historia de amor, como sigo soñando a pesar de tanto golpe.

Pero te juro, bello compañero, que en el momento en que por fin te abracé y sentí que eras de carne y hueso otra vez, que no de cables de Internet ni de imágenes de memoria idealizada; en ese preciso instante, el miedo se devolvió por donde vino.

Más que eso, hubo instantes de colección donde llegaste mucho más lejos de lo que esperaba.

Debo reconocer, por ejemplo, que me sorprendiste extendiendo tu mano hacia la mía en el teatro, ¿te acuerdas? Ese temor inicial de que este encuentro sería puramente carnal, desapareció completamente. Tu mano lo aplastó, lo deshizo en un solo toque.  Y sí,  yo me perdí un poco de la obra, sin lamentarlo siquiera, porque mi verdadero espectáculo estaba en nuestros dedos entrelazados. Vaya delicia…

Dame un respiro, voy a tomar un vaso de agua que la garganta se me seca de tanto recordarte. Mientras tanto, voy a hacer sonar a Frank pidiendo utopías. Se parece a mí cuando ruega, como algo vital, que lo salven de vez en cuando de su soledad.

Por supuesto, esta historia no estaría completa sin una oda a tus dones de amante.
¿Existe una escuela de placer en tu tierra? Esa sería la única explicación lógica a esa facilidad de encontrar puntos claves de orgasmos, a tu lengua divina que no se cansa hasta verme en el más primitivo de los arrebatos.
Yo sentí también el furor de recorrer todas tus esquinas, de besarte, de lamerte, de morderte sin prejuicios. De subirme a tu cintura sin control, como quien se lanza en paracaídas y se siente más vivo que nunca.
De tanta intensidad quedan algunas huellas que yo he bautizado como “mordiscos de sangre azul”, trazos de pasión que se han convertido en manchitas moradas, vecinas de un pubis más que satisfecho de tu visita. Un testimonio colorido de que embistes con fuerza, con masculinidad, con ardor. Lo dije aquella primera noche y lo repito hoy sin complejos: “¡Vaya intensidad, caballero!”

Pero más que sexo, en este viaje yo encontré la historia que estaba buscando y que lleva por título una sola palabra: intimidad. Cercanía aderezada con música, con películas tontas y profundas, con besos en la frente y un abrazo al dormir que se volvió costumbre en cuestión de horas. Intimidad fue sinónimo de un baño en pareja, de paseos por el parque, de relatos de amores pasados. Fue también la tranquilidad de tocarnos sin vergüenza, con la confianza de quien se sabe dueño del otro aunque sea por una temporada feliz.

Pero la realidad finalmente llegó. Cero sorpresas, ya sabíamos cómo iba a terminar este cuento.
Son las dos de la mañana de nuestra última noche y te pido acostarnos a dormir, pero tu respuesta me quita el sueño: “Tú vas a dormir mañana, yo voy a dormir mañana… pero ¿cuándo vamos a estar juntos otra vez?”.

Buena pregunta.

Salimos al frío de la madrugada, cada quien de regreso a su patria.
Y no digo nada para no echar a perder el momento. Tanto silencio me hace parecer tonta, aburrida. Pero créeme que quedarme callada es lo más inteligente que puedo hacer.
Hablarte a la cara cuando falta poco para que desparezcas sería como abrir la compuerta de una represa de emociones. Hablarte ahora, cuando todas mis fuerzas quisieran que a este estúpido avión se le dañaran los cuatro motores antes de salir, sería cubrirte de frases empalagosas.

Es más inteligente parecer silenciosamente tonta que lanzarme a preguntar cuándo se te volverá a ver, cuándo voy a poder acariciarte las manos con mi cremita de dormir o acercarme a tu cuello con olfateos de perro. También se me queda en el tintero otra pregunta: ¿Pensarás en mí cuando yo no esté?  No me atrevo a abrir la boca, no me queda más opción que imaginar que sí.

El llamado a abordar se tarda tanto que hace daño.
Mis pies quieren levantarse sin mirarte, entrar en el avión y no darle más largas a este adiós que ni siquiera será un adiós verdadero. Porque un adiós es un corte limpio, es decir “hasta aquí llegamos, vete”. Este no. Este será un hasta luego, un “hasta que se pueda otra vez” y si no se puede, será un adiós que fingirá que no le importa.

Finalmente, anuncian mi turno. Me das un beso tímido, como quien no quiere avergonzarse ante la mirada de extraños … y yo clavo mis labios en tu cuello como quien no se ha enterado de que hay alguien más en la sala.

Te vas. Volteas a verme más adelante, me lanzas un beso de nuevo… pero igual te vas.

Y en ese preciso instante en que te pierdes de vista, mis pestañas brillantes y mojaditas le gritan a todo el aeropuerto lo que yo no me atreví a decirte: que una parte de mí se había resistido estoicamente a enamorarse, mientras que la otra… ya se había enamorado hace rato.

Buenos Aires… desde el cielo

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Hoy escribo esto a manera de pellizco, a ver si es cierto lo que estoy viviendo…

Desde ese momento mágico en el que me enamoré de un argentino con sólo escuchar su acento irresistible, estoy soñando con ir a Buenos Aires. Y aquí voy, montada en un avión de Aerolíneas Argentinas a 10.000 metros de altura, escuchando un tango de Osvaldo Pugliese que ya huele a Plaza de Mayo, a Corrientes, a Puerto Madero y a todos esos rincones que la gente me ha mencionado con adoración y que yo hasta ahora sólo había podido anhelar.

No sé si estos pocos días alcanzarán para todo el plan de ruta que llevo en mi cabeza, haría falta quizás detenerse a vivir un año en Buenos Aires a ver si consigo revolverle las calles y pulsarle la vida como yo quisiera.

Mis amigos argentinos, los más bellos del mundo, pacientemente se han dedicado a organizarme el itinerario para darle un canal apropiado a mis deseos y evitar que me pierda entre los ardores de querer conocerlo todo en segundos.

Y al parecer, la última en viajar a Argentina soy yo… pues todo el mundo tiene un cuento de Buenos Aires: que si la carne es maravillosamente suave, que Recoleta es lo más chic de Latinoamérica, que no hay botas de cuero como las del sur y que los hombres porteños son los más apetecibles del continente pues combinan atractivo con dulzura e inteligencia. Algunas hasta me han pedido que les lleve uno…

Cada hora de vuelo se me antoja feliz mientras me acerque un poquito más al Gran País del Sur; sentada aquí en mi puesto 23C, entre historias románticas, voces melodiosas y un bandoneón de fondo, la sonrisa no me cabe en el rostro.

No he pisado Argentina y ya me encanta.

Hambre en la gran ciudad

Chica laptop comiendo

Hay hambre en la gran ciudad…

Entro en un restaurant y tengo la extraña sensación de que está vacío, pero pronto me doy cuenta de que todas las mesas están llenas. Ya entiendo… en cada mesa hay una sola persona, almorzando con su celular, acompañada de su agenda.

Esta es una ciudad rápida, ciudad de responsabilidades y de tiempo en contra. No hay mucha oportunidad de compartir una comida. Quizás hasta siento lástima por ellos… tan solos…

Hasta que, mirando al frente, me encuentro un espejo que me devuelve la misma soledad: mi propia imagen almorzando con mi celular, acompañada de mi agenda…

Papi, dame leche… (2a parte)

Viene de «Papi, dame leche«

Revisada la pintura de los labios y con mi sonrisa más encantadora, entré a la panadería cual chica 2001, enfilada directamente hacia mi objetivo, perdón, hacia el panadero:

“Hola, mi amor!!!! disculpa, he sido una grosera.. Tú siempre tan amable y yo nunca me he presentado… Andreína, mucho gusto… “

“Mucho gusto, mamita, yo soy Carlos. Bueno, tranquila, no habíamos tenido chance de conocernos… aunque yo siempre te veo por ahí, mi reina…”

“Ay Carlitos, papi… ¿te puedo llamar Papi, verdad? Tú y yo ya estamos en confianza, nos vemos todos los días, mi amor, ya casi amanecemos juntos…”

“Usted me llama como usted quiera, mi reina. Dime, mami, ¿qué se te ofrece?”

“Cónchale, papi, sabes que en la casa no hay leche y bueno, la estamos pasando mal ¿ves? Mi mamá, tu futura suegra (guiño de ojito) está bravita porque no tiene como tomar café ni preparar puré. Yo ya no sé qué hacer, vale… ¿Será que aquí hay? Tú me puedes ayudar, mi amor?”

“Bueno, ta’ difícil… pero a usted, mi reina bella, yo se la consigo. Espérame por la puerta de atrás que salgo ahorita. ¿Cuántas quieres?

“Bueno, mi amor, si me puedes sacar cuatro litros, eso sería lo máximo!!!”

El panadero desaparece y yo me dirijo a la puerta de atrás, con los nervios de punta, pensando: “¿Y si este tipo me mete mano o algo? ¿Pa’ qué me habrá mandado a venir por aquí, donde no hay nadie? Ay Dios, quien me manda a estar inventando vainas. Y estas tetas afuera!!!! Qué loca de carretera!!! Bueno, que sea lo que Dios quiera…”

5 minutos de espera y nada. 10 minutos más de zozobra y nada.
“Coño, ¿será que el hombre este me está vacilando o qué? Y yo más gafa, creyéndole que me va a conseguir cuat… Ay, Carlitos, aparecisteeeeeee!!”

El tipo sale finalmente, asustado, mirando pa’ todos lados, como si estuviera robando un botín y temiera que la policía nos agarrara con las manos en la masa…

“Mira, mamita, te saqué los cuatro litros que me pediste pero mosca, que no te los vean… Eeeeeeeeeepa, yo no te había visto de cerca, mi reina, ¿todo eso es tuyo? ¿Qué hay que hacer pa’ comer en esa fiesta, mi amor?

“Ay chico, tú sí eres gracioso… jijijiji (la risa más nerviosa de toda Venezuela) ¡Ay gracias, Carlos!!!! Eres un sol, papito. Cuídate mucho, chauuuuuu… “

“Pero, mami ¿No hay un besito pa’ los panas?

“Ay, mi lindo, no vayas tan rápido, todo a su tiempo… “

RRRRRRRRUUUUUUUUUUUUUNNNN!!!!!!!!!!!!!!
Jamás en la vida había arrancado yo el carro tan rápido. El corazón me palpitaba como si se me fuera a salir!!!
Y lo peor es que hoy, tres días después, ya lo que queda es medio litro…. pero no, pana, que vaya mi hermana ahora a levantarse al panadero. Ya yo pasé mi susto.
Es lamentable que tengamos que llegar a estos extremos por un alimento que antes se conseguía en todas partes. Y no hablemos de azúcar o pollo. Coño!!! ¿Qué es lo que pasa en Venezuela?

Creo que ahora entiendo mejor a las cubanas … ¿“jineteras” es que las llaman?

Papi, dame leche…

Luego de la odisea de conseguir gas, pensé que nunca más iba a tener que vivir una experiencia extrema de desesperación causada por la escasez.
Pero no, la angustia ha vuelto.

Como todos sabemos, ahora en Venezuela un litro de leche (ni hablar de la leche en polvo) se ha convertido en un cofre repleto de oro: difícil de conseguir y codiciado por todos.
Mi búsqueda comenzó, ingenuamente, en supermercados de renombre, en sitios bien iluminados y bonitos… pero la respuesta era siempre la misma: “¿Leche? Nuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu , aquí no hay eso”

Luego fui pal’ mercado de los chinos de la avenida y tampoco había nada. Ni siquiera un piche litro, nada.
Me puse de lo más diligente y recorrí panaderías, abastos, bodegas, taguaras, farmacias (nunca se sabe) y todo local comercial que pudiera tener leche… pero nada, cuando preguntaba por ella, la gente me miraba como si estuviera hablando en otro idioma.

Mi búsqueda también fue muy educativa, ya que aprendí que existe una cosa incomprensible llamada “Bebida preparada a base de leche” que sabrá Dios a qué carajo sabe y de qué material radioactivo está hecha. Encontré también una leche distinta, hecha con soya, pero luego de que mi mamá me escupió un café que le hice, decidí no comprarla más. Sabe a remedio vencido.

También me di cuenta de cuán amplio se ha vuelto el mercado lechero, con el surgimiento de un montón de marcas chapuceras que nadie en la vida había escuchado antes.
“María, ¿tú conoces esa Leche Culebrilla? Aquí dice que es envasada en el caserío Alpargatón. ¿Será que la compro?”
Ni de vaina, jamás se le ocurra a nadie comprar esas leches extraterrestres que están saliendo. Pueden terminar en terapia intensiva.

Alguien me dijo “Amiga, no te queda más opción que hacer la cola de Mercal… si quieres hacerte el Toddy de la noche y asegurarle el cafecito a tu mamá, no queda otra”
-“Coño, no puede ser. Yo con mi estilo fashion, mis lentes importados y mi reloj Swatch Irony ¿haciendo cola en Mercal?? No me jodas.”
Que me digan oligarca, no me importa. No voy a hacer cola en Mercal, dije ya.

En medio de la angustia de no tener cómo llevar un litro de leche a casa, recordé que uno de los muchachos de la panadería que está en la esquina, siempre ha tenido debilidad por mí… es decir, me lo tengo controlado, pues, modestia aparte.
Así que, como último recurso, me puse la blusa rosada que tiene el escote hasta el ombligo y a pleno mediodía me fui pa’ la panadería a cumplir mi misión.
“Ya es hora de que estas tetas operadas sirvan pa’ algo”- me dije antes de entrar…

Continúa en Papi, dame leche (2a. Parte)

Adieu, Bip!!!

Vaya… ¿qué le pasa a la muerte que se ha empeñado en el arte?
El sábado fue el turno de Marcel Marceau, el mimo del mundo, que con sus 84 años a cuestas decidió unirse a Pavarotti y a Aldemaro allá en el cielo.
Todo un personaje, Marcel…
Yo tuve el privilegio de servirle de intérprete en una de sus visitas a Barquisimeto y les cuento que el señor no era nada fácil de roer. Teníamos una rueda de prensa y él me preguntaba a mí porqué diablos no iba la prensa hasta el hotel donde se estaba hospedando… algo así como «¿¿Por qué me tengo que molestar yo si en el resto del mundo la gente va hasta donde yo estoy??» Buena pregunta.
Se quejaba de todo, andaba de mal humor la mayoría del tiempo. Había que armarse de paciencia y hablarle con respeto, con tranquilidad, explicándole que todo iba a salir bien, que no se preocupara.
Y al final dio resultado porque luego de compartir todo el día, el viejito comenzó a abrirse, a contar de su academia, de su arte, de la Segunda Guerra Mundial, de André Breton, de Chaplin.
Me sentí la mujer más ignorante y más afortunada del mundo al poder estar al lado de una leyenda viviente como Marcel Marceau.
Me dio su dirección postal en París y jamás me atreví a escribirle. Dommage…
Hoy lo recuerdo con mucho cariño y admiración. Y tal como lo he dicho de quienes se han ido recientemente, lamento su muerte pero celebro su vida.
Adieu, Bip!!! Bon courage là-haut!!!

La angustia de Fabiola

Una semana ya.
El calendario dice que ya debería haber llegado, ¿qué pasó? Ella sabe que él no terminó adentro, sí, pero también sabe que algunos soldaditos pueden escaparse antes y llegar a donde no deben.
“Embarazada, qué bolas. ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí?”

Fabiola empieza a buscar por Internet y pronto se da cuenta de que hay todo un mundo de embarazos, abortos, píldoras y miles de testimonios de gente anónima en la red.
En una página le hablan de una pastilla que resuelve el problema en cuestión de horas y en otro sitio le ruegan que se tranquilice y se quede con su bebé.
Algunos hablan de cosas horribles, de sangre, infección, muerte. Otros tienen colores rosados y azules y le hablan como si ya fuese mamá… Fabiola no sabe qué carajo pensar.
Los foros, las preguntas y los consejos de cientos de mujeres la hacen sentirse acompañada pero no terminan de darle una solución.

Luego de una noche de insomnio, donde sólo Internet y la televisión logran apaciguar la ansiedad, Fabiola decide levantarse temprano, bañarse y caminar hasta el laboratorio más cercano.
“Una prueba de sangre será lo más seguro, esas de orina y la paletica azul no las entiendo ni me parecen confiables”.

Fabiola no tiene hambre, no da los buenos días, ni siquiera se peina.
Camina lento, como quien no quiere llegar a su destino, como quien no quiere enfrentarse con una realidad que no estaba en el plan.
Al llegar, le toman una muestra de sangre y la bioanalista se da cuenta de que el brazo le tiembla. Tanto así que decide ponerle un sello especial a la orden escrita: URGENTE, un reflejo exacto de lo que se ve en los ojos de la paciente.
“Para hoy a la una puedes buscar el resultado”.

A la una en punto, sin almuerzo y sin palabras, llega la muchacha, con más ganas de salir corriendo que de terminar de saber.
Mira el sobre y no se atreve a abrirlo, sólo recuerda las palabras de su mamá aquella vez que dijo “Cuídate, carajita. Cuidado con una vaina”.
Pero Fabiola se arma de valor y se refugia en los buenos designios del cielo, que le brindan un poco de calma: “Que sea lo que Dios quiera”.

Abre el sobre, saca el papel y lee…
Negativo.
Toma aire y finalmente respira completo por primera vez en tres días.
Cierra los ojos en señal de alivio y da la vuelta para volver a casa, sintiendo otra vez que tiene hambre, calor y ganas de llorar. Que está viva, a salvo.

Sin embargo, caminando de regreso siente una nostalgia extraña… se pregunta qué hubiese pasado si el resultado fuera otro.
Qué contradicción. De repente siente ganas de darle un beso a una nariz chiquitita o de cantar una canción para dormir.

Entre triste y alegre, se dice a sí misma: “Más adelante, Fabiola, más adelante…”

Nuestro contrato

Si alguien me hubiera contado esto, yo jamás lo hubiese creído. Tenía que vivir yo una experiencia así para saber que la vida tiene más sorpresas de las que uno puede digerir.

Tengo un “amigo especial” que me ha acompañado durante algunos meses… No tenemos nada, digamos… formal; al contrario, lo nuestro va y viene, de repente se pone intenso, a veces se pone tierno, a veces somos simples panas. Es algo extraño.
A veces escuchamos canciones de Hombres G a todo volumen o rapeamos con las gorras volteadas… y otras veces, nos miramos a los ojos directamente como quien dice “Te quiero en mi cama, YA”.

Lo cierto es que este “panita” y yo hemos decidido poner un poco de orden en esta locura. Pero sólo un poco.
Su mente creativa me ha propuesto que hagamos un contrato por escrito, para definir en qué condiciones vamos a seguir viéndonos… Se supone que yo debo redactar los estatutos y presentarlos a la parte interesada (él) y cada uno de los dos debe dar su visto bueno.
No hay firmas, sólo un email que diga ACEPTO. Lo demás es un compromiso moral pero… ¿cabe la palabra “moral” en este caso tan anormal?

Entre los estatutos deben figurar aspectos como: frecuencia de encuentros amistosos y no amistosos, actitudes a seguir si alguno de los dos llega a tener novi@, condiciones de comportamiento en público, versión oficial de nuestra relación ante la gente, etc.

A veces me parece que somos protagonistas de una serie gringa donde dos amigos son lo suficientemente abiertos para pasarla bien pero nunca tienen la profundidad (ni la compatibilidad) suficiente para estar juntos de verdad.

Lo que sí decidimos de antemano es la cláusula final: si alguno de los dos se casa, el contrato queda automáticamente disuelto.
Imprímase y ejecútese.

Mi reino por una bombona de gas!!!

Ya mi mamá lo había advertido hace rato… «Se va a acabar la segunda bombona de gas y no hemos encontrado por ninguna parte, nos vamos a quedar sin cocina».
Y todos respondíamos «Sí, mamáaa, ajá, mamáaaaa».

No nos habíamos dado cuenta realmente de la gravedad del asunto hasta que salimos a buscar gas doméstico con formalidad, todo esto, moviéndonos lo más rápido posible, evitando a toda costa la hora cero, es decir, antes de que se terminara el segundo cilindro.
Como en una misión secreta, salimos mis hermanos y yo (de lo más obedientes, vale decir) a buscar una preciada bombona en todos los sitios conocidos de Cabudare y Barquisimeto, pero la gente siempre nos respondía «¿Gas? Nooooo, hija, eso hace tiempo que no se ve por aquí. De todos modos, pregunte en la esquina a ver qué le dicen…»
Siempre volvíamos a casa cabizbajos y derrotados.
Y la voz seguía retumbando por toda la casa: «Se va a acabar el gas, se los estoy diciendo…»

Hoy llegó el momento que todos temíamos.
Mi señora madre, monta la olla del café en la hornilla y cuando se dispone a prenderla… !pega el grito! «Coño, yo sabía, se acabó el gas!!!»
De más está decir que salimos todos con nuestro uniforme de campaña, con las botas puestas, sin otro objetivo entre ceja y ceja que conseguir un cilindro de gas a toda costa.
«Y si no vienen con gas, no sé donde irán a dormir hoy, que se los dije jhjhgjhgjhddhdh… que buscaran con tiempo… jhhghghg .. hasta cuando… jhkhduyiejkerjhkyrueyrkjh…»

Primera zona-objetivo: El centro de Barquisimeto.
Lo primero que notamos es que generalmente las bombonas de gas se venden en bodegas y casitas humildes, así que hoy visitamos varias. Nos hicimos amigos de Doña Eulalia, Juancho, María Mercé, Mamá Dolores, Yoldan Jesús y Yuleidys de la Caridad, todos dueños o familiares de estos pintorescos sitios que en temporadas de abundancia venden gas, pero que hoy nos miraban como si preguntáramos por la piedra filosofal.
Bombonas encontradas: cero.

Segunda zona-objetivo: Cabudare (again)
Luego de intentar en distintas bodeguitas también, decidimos hacer el recorrido de las licorerías. Si uno se pone a pensar, es un poco raro asociar licores con gas doméstico, pero en fin, este país es así.
Fuimos a «Bigote Blanco», «Mi segunda casa», «La friita» y otros antros más que no quiero recordar.
Nos invitaron varias cervezas, una sangría, nos ofrecieron hielo y hasta Cheese Tris.
Optamos sólo por un refresco, gracias.
A todas estas, ya estaba haciendo calor y el hambre comenzaba a acechar.
Nuestra madre seguía mandando mensajes a los celulares: «Qué pasó? Ya quiero empezar a hacer el almuerzo y nada que llegan. Si no consiguen gas, traen un pollo en brasa»
Bombonas encontradas: cero.

Tercera zona-objetivo: El Manzano (poblado cercano a Barquisimeto, situado en las montañas)
No sé por qué me pareció de repente (quizás fue una luz que mandó Dios) que en un sitio tan alejado como El Manzano a lo mejor podía encontrarse una señora anciana que tenía una mina de oro en gas y ni siquiera se había dado cuenta… era quizás una ilusión pero nada perdíamos con intentar.
Subiendo y subiendo por la montaña, íbamos preguntando como desesperados «Señora, ¿usted no sabe dónde podemos conseguir gas?? tenemos hambre y estamos cansados, sólo una bombona de gas nos devolvería la sonrisa…»
La gente se reía, no entiendo por qué.
Al final, luego de subir, bajar, cruzar a la derecha, luego a la izquierda, pasar un perro con tres patas que está en la esquina y llegar a una calle ciega, nos encontramos con un portón rojo, bóveda dorada a nuestros ojos, puesto que allí se encontraba nuestro tesoro: el famoso gas.

«Sí, ahí la señora Marlenita tiene varias bombonas, ajá, síiii…» nos dice un nativo manzanero.
«Y no nos pueden vender dos, ¿por favor? es que estamos cansados, tenemos hambre.. bla, bla…»
«Ay, hija, no puedo, es que ya son las 12 y media… véngase como a las 3, que es cuando abrimos otra vez».
«Pero, amigo, disculpe, nosotros venimos de Cabudare, ¿no podemos hacer una excepción?»
«No, la señora Marlenita se pone brava, mejor véngase más tarde, como a las 3».

Ni modo. Fracasados pero con la llama de la esperanza aún viva, regresamos a nuestro hogar, no sin antes comprar dos pollos en brasa y ponerlos en las manos de nuestra hambrienta madre.
Puntualísimos a las 2 y 45 de la tarde estábamos mi hermano y yo al pie del portón rojo donde se nos había prometido el botín.
Cuando finalmente tuvimos ese par de bombonas en nuestro poder, nos volvió el color al rostro y como dije anteriomente, la sonrisa.

Tuvimos pensamientos corruptos también, no crean… «Epa, esta gente como que no sabe que hay escasez de gas.. ¿Y si compramos varias bombonas y las vendemos en Barquisimeto a 50 mil bolos? Hacemos unos realitos!!!»
Pero al final desistimos porque nos pareció tomar ventaja de la desesperación de la gente (ñaca, ñaca).

De vuelta a casa OTRA VEZ (sin contar que hoy no trabajé casi nada), recordé que justamente hoy se estaba desarrollando la Cumbre Energética de Sudamérica en la Isla de Margarita, cuyo principal punto de discusión es la integración de la Organización de Países Productores y Exportadores de Gas de Suramérica- OPPEGASUR.
Me llama poderosamente la atención que se señale a Venezuela como uno de los países con mayor producción y exportación de gas natural, lo cual en teoría nos debe hacer sentir muy orgullosos.
Sin embargo, me hubiese gustado enviar un video de mi odisea de hoy y preguntarle al presidente Chávez por qué carajo si somos tan grandes productores de gas, no consigo yo una piche bombona en toda la ciudad.
No entiendo.