Sí, muy tarde, lo sé. Pero la ví finalmente.
Debo confesar que no tenía idea de que la vida de Edith Piaf hubiese sido tan atormentada. Y vaya que esta película me tomó desprevenida con tantas desgracias concentradas en hora y media.
Es una belleza de película, aunque como ya algunos sabrán, el hecho de que sea francesa ya tiene conmigo una ventaja inmensa.
Ahora bien, La Vie en Rose me ha cautivado también por logros técnicos importantes: una recreación de época muy bien lograda, con vestuarios, carruajes, escenarios y el aire parisino de 1930; pero sobre todo, un maquillaje impresionante donde la protagonista se pasea entre la juventud y la vejez sin perder la credibilidad ni siquiera un segundo. Un maquillaje merecedor del Oscar 2008, tal como fue.
Pero a quien quiero hacer realmente una reverencia es a la actriz francesa Marion Cotillard. Al verla ganar el oscar este año, obviamente ya podíamos adivinar que su performance había sido brillante.
Pero no, cuando uno ve la película, se da cuenta desde el primer momento en que aparece la actriz, que la palabra Brillante es una palidísima descripción. La actuación de Cotillard es MAGISTRAL. De por sí, la responsabilidad de interpretar a Piaf ya era enorme. Los amantes de la Chanson Française y por supuesto, los delirantes de Piaf podían destrozarla en instantes si tropezaba en su actuación.
Pero Marion se metió en los huesos la personalidad de Piaf. Se puso sus ojos, su espalda encorvada, su boca roja, su voz inconfundible y su estillo arrogante. Y ganó. No sólo el Oscar, ganó el respeto de una actriz consagrada. Y a nivel más personal, ganó mi humilde admiración.
Si tienen oportunidad, vayan a ver La Vie en Rose (La môme) porque es magnífica. Vale la pena doblemente: por Edith y por Marion…