Un país llamado intimidad

Esta es una historia que nació por casualidad en un día de trabajo y se ha mantenido como niña caprichosa en el antojo de no morir, aunque para ello deba sacudirse la sensatez y asumir la locura peligrosa como fuente de alimento.

Antes de empezar, quiero oír a Silvio diciendo que ojalá pase algo que te borre de pronto, para no verte tanto, para no verte siempre en todos los segundos, en todas las visiones.
Parece entender bien mi situación, aunque nunca me haya conocido. Parece entender que necesito de un elemento externo que catalice el proceso de olvido porque yo, con mi débil voluntad, me tardaré años…

Un país tú, un país yo y un tercer país nuestro encuentro.

Durante meses me resistí con todas mis fuerzas a cometer un desatino de esa magnitud. ¿Tomar un avión y viajar doce horas para verte? Perdóname, una señorita con mi cerebro y mi status de ejecutiva internacional no se permite esos absurdos.

Un rayo de los dioses envió un trabajo importante que se metió en el medio de los dos y me salvó por un tiempo de lo que parecía un error. Ahora veo que el error más grande habría sido no ir a abrazarte aunque tuviera que llegar nadando a Australia.
Pero fíjate cómo es de alcahueta el destino que, en un pase de magia burocrática, quitó ese trabajo de mi vista y me dejó en el medio de la calle, desnuda de toda excusa para no ir a verte.
Y es que en verdad, con excusa o sin ella, yo sí quería ir a encontrarte. Yo sí quería entregarme a los absurdos y a los desatinos. Yo sí quería deslastrarme de mi cerebro internacional y pensar con la piel al menos por una vez.

“A la mierda todo” – dije por fin – valiente y decidida. Tomé mi pasaporte, mi boleto, unos cuantos dólares y viajé hasta la madrugada sólo para volver a olerte de cerca.

Miedo seguía habiendo, eso no lo puede negar ni Dios. Miedo a convivir con alguien durante una semana, cuando hacía varios años que no compartía mi cama por más de una noche. Miedo a que este viaje se convirtiera en un vulgar intercambio de fluidos y no en una historia de amor, como sigo soñando a pesar de tanto golpe.

Pero te juro, bello compañero, que en el momento en que por fin te abracé y sentí que eras de carne y hueso otra vez, que no de cables de Internet ni de imágenes de memoria idealizada; en ese preciso instante, el miedo se devolvió por donde vino.

Más que eso, hubo instantes de colección donde llegaste mucho más lejos de lo que esperaba.

Debo reconocer, por ejemplo, que me sorprendiste extendiendo tu mano hacia la mía en el teatro, ¿te acuerdas? Ese temor inicial de que este encuentro sería puramente carnal, desapareció completamente. Tu mano lo aplastó, lo deshizo en un solo toque.  Y sí,  yo me perdí un poco de la obra, sin lamentarlo siquiera, porque mi verdadero espectáculo estaba en nuestros dedos entrelazados. Vaya delicia…

Dame un respiro, voy a tomar un vaso de agua que la garganta se me seca de tanto recordarte. Mientras tanto, voy a hacer sonar a Frank pidiendo utopías. Se parece a mí cuando ruega, como algo vital, que lo salven de vez en cuando de su soledad.

Por supuesto, esta historia no estaría completa sin una oda a tus dones de amante.
¿Existe una escuela de placer en tu tierra? Esa sería la única explicación lógica a esa facilidad de encontrar puntos claves de orgasmos, a tu lengua divina que no se cansa hasta verme en el más primitivo de los arrebatos.
Yo sentí también el furor de recorrer todas tus esquinas, de besarte, de lamerte, de morderte sin prejuicios. De subirme a tu cintura sin control, como quien se lanza en paracaídas y se siente más vivo que nunca.
De tanta intensidad quedan algunas huellas que yo he bautizado como “mordiscos de sangre azul”, trazos de pasión que se han convertido en manchitas moradas, vecinas de un pubis más que satisfecho de tu visita. Un testimonio colorido de que embistes con fuerza, con masculinidad, con ardor. Lo dije aquella primera noche y lo repito hoy sin complejos: “¡Vaya intensidad, caballero!”

Pero más que sexo, en este viaje yo encontré la historia que estaba buscando y que lleva por título una sola palabra: intimidad. Cercanía aderezada con música, con películas tontas y profundas, con besos en la frente y un abrazo al dormir que se volvió costumbre en cuestión de horas. Intimidad fue sinónimo de un baño en pareja, de paseos por el parque, de relatos de amores pasados. Fue también la tranquilidad de tocarnos sin vergüenza, con la confianza de quien se sabe dueño del otro aunque sea por una temporada feliz.

Pero la realidad finalmente llegó. Cero sorpresas, ya sabíamos cómo iba a terminar este cuento.
Son las dos de la mañana de nuestra última noche y te pido acostarnos a dormir, pero tu respuesta me quita el sueño: “Tú vas a dormir mañana, yo voy a dormir mañana… pero ¿cuándo vamos a estar juntos otra vez?”.

Buena pregunta.

Salimos al frío de la madrugada, cada quien de regreso a su patria.
Y no digo nada para no echar a perder el momento. Tanto silencio me hace parecer tonta, aburrida. Pero créeme que quedarme callada es lo más inteligente que puedo hacer.
Hablarte a la cara cuando falta poco para que desparezcas sería como abrir la compuerta de una represa de emociones. Hablarte ahora, cuando todas mis fuerzas quisieran que a este estúpido avión se le dañaran los cuatro motores antes de salir, sería cubrirte de frases empalagosas.

Es más inteligente parecer silenciosamente tonta que lanzarme a preguntar cuándo se te volverá a ver, cuándo voy a poder acariciarte las manos con mi cremita de dormir o acercarme a tu cuello con olfateos de perro. También se me queda en el tintero otra pregunta: ¿Pensarás en mí cuando yo no esté?  No me atrevo a abrir la boca, no me queda más opción que imaginar que sí.

El llamado a abordar se tarda tanto que hace daño.
Mis pies quieren levantarse sin mirarte, entrar en el avión y no darle más largas a este adiós que ni siquiera será un adiós verdadero. Porque un adiós es un corte limpio, es decir “hasta aquí llegamos, vete”. Este no. Este será un hasta luego, un “hasta que se pueda otra vez” y si no se puede, será un adiós que fingirá que no le importa.

Finalmente, anuncian mi turno. Me das un beso tímido, como quien no quiere avergonzarse ante la mirada de extraños … y yo clavo mis labios en tu cuello como quien no se ha enterado de que hay alguien más en la sala.

Te vas. Volteas a verme más adelante, me lanzas un beso de nuevo… pero igual te vas.

Y en ese preciso instante en que te pierdes de vista, mis pestañas brillantes y mojaditas le gritan a todo el aeropuerto lo que yo no me atreví a decirte: que una parte de mí se había resistido estoicamente a enamorarse, mientras que la otra… ya se había enamorado hace rato.

Buena compañía vs Mal sexo

¿Qué pasa cuando alguien es cariñoso, amable, romántico, atento… pero es un desastre en la cama?
Esa persona que no sabe hacerte el amor, que se pierde al tocar, que no tiene el mismo “swing” que has experimentado otras veces… es el mismo que a la mañana siguiente te prepara el desayuno con dedicación mientras tú todavía no te has levantado, es él quien te pregunta si estás bien y te protege entre sus brazos si el día amaneció frío.
Con él hablas, te entiendes, te identificas. Con él quieres seguir viéndote. Quieres besarle y tomarle de la mano para caminar por el parque.
Te inspira momentos lindos, llenos de cariño…
Pero la otra cara de la moneda te causa bostezos.
El deseo se te diluye cuando piensas que él no es el amante que esperas, el que deseas que te tome con pasión arrolladora y sepa exactamente qué es lo que te hace explotar.
No la pasas mal pero recuerdas que la has pasado mucho mejor.
Quizás habría sido mejor no tener tanta experiencia con la que compararlo… Too late.
A pesar de eso, quieres darle un voto de confianza que se ha ganado lentamente tratándote como a una princesa. Y te preguntas ¿puede ese poco encanto sexual compensarse con buena compañía?
¿Puede una mujer olvidarse de un sexo malo si a la mañana siguiente le traen el desayuno a la cama con una rosa y un beso?  ¿Sería eso engañarse a sí misma?
Algunos dirán “Bueno, en pareja puede aprenderse…”
Y sí, supongo que a eso hay que apostar, a conocerse el uno al otro aunque el proceso pueda ser un poco… eeeeh .. tedioso.
¿Puede el sexo malo convertirse en bueno? ¿… o está destinado de por vida a seguir siendo malo?
No lo sé.

Lejos

Qué ganas de complicarse la vida, de verdad.
Qué ganas de seguir respirando adrenalina y sintiendo que los latidos me van a hacer explotar el cuerpo.
Y qué ganas de salir corriendo nuevamente a tomar un avión y volar a darte un beso, a hacerte el amor, a comerte a pedazos.
A morderte, a chuparte, a lamerte.
A mirarte toda la noche, a acariciarte la espalda, a verte bailar de nuevo y a escuchar ese acento extranjero que me destroza la razón.
He estado recordando cuantas locuras hice por ti y las he vuelto a vivir intensamente: atravesar el océano, caminar bajo rayos y centellas con una sonrisa y recibirte con pasión desde el primer día porque no había otra opción en mi cabeza.
Cómo quisiera poder tomar mi carro y llegar hasta tu casa… lástima que haga falta mucho más que eso para estar juntos.
Casi puedo sentir el calor de tu colcha de plumas, esa que nos hizo sudar en cinco minutos… Casi puedo ver la iluminación de tu cuarto titilando en mis ojos… Casi, casi puedo sentir la textura de tu cabello en mi nariz .
Abro tu Facebook y vuelvo a ver tus fotos mil veces más, como una enferma.
Vuelvo a sonar esa grabación de tu voz que hice sin que te dieras cuenta y me enamoro de tu dulzura otra vez…
¿Por qué no pudiste nacer en la misma ciudad que yo y estar ahora recostado en mi pecho y no pasando frío en soledad?
¿Por qué pareces tan cercano y estás tan terriblemente lejos?
No es justo.

Yo sólo quería una noche

… y en una noche debimos quedarnos.
Yo te habría recordado para siempre como un ídolo y no hubiese tenido tiempo de enterarme de todos tus vacíos.
Sólo me quedaría el recuerdo maravilloso de tu cuerpo y jamás me habría dado cuenta de la enorme brecha intelectual que nos separa.
Hubiese sido perfecto.

Tú me habrías recordado siempre con pasión y no te habrías fijado si se me notaba el cauchito a plena luz del día. Te habrías llevado sólo una imagen sensual de mí y no tendrías que calarte mis malcriadeces y mi paranoia.

Ahora que prefiero estar en paz que sentirme invadida por tus cambios de humor; ahora que prefiero trabajar que ir corriendo a buscarte, recuerdo que desde el primer momento en que te vi sólo quise eso: una noche.
Y en una noche debimos quedarnos.

Quien pudiera guardarte en un perfume

Todavía recuerdo la primera vez que tuve la valentía de acercarme a tu cuello y respirarte de cerca. Tuve para mí ese olor particular, hermoso, fuerte, masculino.
Sí, un hombre que olía a hombre. Vaya delicia…
Y no era un sabor artificial, no era colonia, ni desodorante ni crema de afeitar. Eras tú.
Era cada uno de los poros de tu espalda, eran tus manos, un poco de sudor divino mezclado con el aroma de tu cabello.

En ese momento comprendí mejor a Jean Baptiste Grenouille cuando quiso concentrar el olor de sus mujeres en un frasco de perfume. Ahora comprendo que no era realmente un asesino sino un loco sediento de la fragancia corporal.
Nunca me habría imaginado a mí misma en una sensación tan básica, tan animal.

Hoy, que la distancia nos separa y los días van corriendo sin verte, un recuerdo nasal me lleva directamente hasta tu cuello y me calma mientras te espero.
Ojalá pudiera yo también guardar tu esencia en un frasco…

Sigue de bocona


El: «Quiero que llegues temprano para que comamos juntos»

Ella: «Claro, mi vida. Lo que tú digas, mi corazón de melón»

El: «Quiero que después vayamos a ver el trabajo artístico de un pana, que me invitó y bueno, quiero ver qué es lo que está montando»

Ella: «Pero por supuesto, mi amor. Vamos a donde tú quieras, mi lindo.»

El: «Y luego quiero que vayamos al cine y a dormir temprano porque mañana domingo me toca trabajar.»

Ella: «Claro, amor mío. Lo que tú digas. Todo lo que mi novio bello quiera…»

El: «Quiero sexo anal»

Ella: …

A ritmo de tango

Yo no sé bailar tango ni tú tampoco… pero hoy hemos comprendido perfectamente la pasión que inyecta en las venas.
Tú haces una coreografía improvisada, me tomas con fuerza y casi me das un beso… sonríes con malicia y me tomas de la mano para darme una vuelta.
Yo voy tratando de seguir el ritmo y al mismo tiempo, no rendirme a la sensualidad de tu cuerpo. Es difícil tener que resistir las ganas de parar el baile y hacerte el amor con fuerza…
En el último compás, voy subiendo mi pierna hasta tu cintura, como para abrazarte con todo lo que tengo… y tú me dejas caer lentamente sobre tus brazos y me regalas un beso delicado entre los senos.
Nunca me había sonado Gardel tan increíblemente intenso…

Música de fondo: «Por una cabeza» de Carlos Gardel, versión «Perfume de Mujer»

¿Qué clase de mujer eres tú?


-Andreína ¿qué clase de mujer eres tú?

– ¿Yo? Pues no sé… emprendedora, soñadora, trabaj…

– No, no, no. Eso no es lo que estoy preguntando. Que cuál de los tres tipos de mujer eres tú…

-¿Cuáles tipos?

– Buena, Mala o Coño e’ madre.

-Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee????

– Te explico, Andre: las buenas son las que se acuestan con uno nada más, las malas son las que se acuestan con todos, incluyéndolo a uno también, y por último, las coño e’ madres… son las que se acuestan con todos menos con uno… Esas sí son unas coño e’ madres!!!
Entonces ¿cuál eres tú? Yo diría que tienes cara de buena…

– Jummmm , no creas… yo diría que soy medio coño e’ madre!!! Jejejejjeje!

Menor

No puedo dejar de pensar que mientras yo me graduaba de bachiller, tú estabas apenas en tercer grado de primaria…
Pero hoy, en la oscuridad de tu cuarto y con la ropa en el suelo, nuestras ganas no saben de edades, para ellas sólo somos un hombre y una mujer. Dos adultos que tienen mucho tiempo deseándose y que hoy por fin se han atrevido a explorarse…

¿Qué decir de tu cuerpo? Que es casi perfecto… Firme como un animal potente, definido con la textura divina de tu piel y lleno de energía como un torrente de apetito que se ha derramado por todas partes.

Es cierto que han vuelto ciertas situaciones que yo creía perdidas en el tiempo (“¿Seguro que tu papá no nos escucha?”) y los amigos se burlan de esta relación incómoda (“¿Y a dónde salieron? ¿al circo?”) pero nada de eso importa mientras me des permiso para besar tu espalda y lamer el sudor que corre en tu abdomen.

Sí, eres menor… pero esta noche eres simplemente mío.

El calentador

Dícese de aquel individuo que se dedica a excitar a una mujer a distancia, vía telefónica, por correo electrónico o con mensajes de texto ardientes, pero que a la hora de concretar dicha acción erótica, siempre se las arregla para no aparecer.

Situación 1:

Víctima: «Aló???»

Calentador (con voz sumamente sensual): «Hola, bella… no podía aguantar las ganas de hablarte… quiero verte… «

Víctima (interesada en la propuesta): «¿Sí? Mmmmmmmmm ¿Y eso..? ¿Cómo para qué…?»

Calentador: «Tú sabes… para acariciarte con mi lengua por todas partes…»

Víctima (con la sangre ya en ebullición): «Eso suena bien… muuuuyyy bien…»

Calentador: «Si quieres paso por tu casa esta noche y hacemos todas las cosas ricas que me están pasando por la cabeza…»

Víctima: «Uuuuuuuyyy … bueno, me encantaría, vente como a las 9, te espero…»

Calentador: «Sí, pero ya va, yo te paso un mensaje si puedo, porque no es seguro»

Víctima: «¿Cómo que no es seguro?»

Calentador: «Es que quizás no pueda… estoy entrando en una reunión, te escribo más tarde»

Horas después, se lee el siguiente mensaje de texto «Mi amor, tengo que pasar buscando a mi hermana, no puedo ir. Será otra día. Besos»

Víctima: FUCK!!!!!!!
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Situación 2:

Víctima: «Aló??»

Calentador: «Te tengo una idea que te va a encantar, bella. ¿Por qué no nos vamos tú y yo este fin de semana para la playa. La pasaríamos muy bien los dos, no crees?»

Víctima: «¿Para la playa? ¿El fin de semana? ¿Los dos, tú y yo solos? Esteeeeeee… bueno, la verdad es que sí, me encantaría que viajáramos solitos los dos…»

Calentador: «Dale, mi amor, ya mando a reservar el hotel. Preparáte porque no te voy a dejar dormir.. vamos a hacer el amor hasta el amanecer…»

Víctima (sin aliento): «Ya me lo estoy imaginando, este va a ser un fin de semana delicioso. Te voy a hacer todo lo que tú quieras… ¿Saldríamos el viernes o el sábado?»

Calentador: «Déjame ver, linda, yo creo que el sábado. Pero mañana te confirmo a ver si nos vamos o no, todavía no estoy seguro»

Víctima: «Pero no entiendo… ¿no estaba decidido ya, pues?

En ese momento, el calentador dice su frase más célebre, símbolo de que todas tus hormonas han perdido su trabajo: «Yo te aviso…»
Y más tarde, remata con un mensaje (siempre un cobarde mensaje): «Disculpa, amor, me mandaron a un curso en Valencia. Será otro día. Besos»

El calentador pareciera divertirse con el hecho de excitarte, conseguir que la mente y el cuerpo se emocionen y dejarte justamente como novia de pueblo: vestida y alborotada.
¿Por qué hacen eso? ¿Por qué nunca concretan la acción?
Como dice un amigo mío «Es el tipo que convence pero NO PENETRA»
¿El logro es envolverte con palabras y excitarte sólo el cerebro? ¿Su meta es simplemente escucharte decir que sí?
Creo que por fin lo entendí, la próxima vez que venga por aquí con sus ideas eróticas, yo también le tengo una frase sensualísima: «Anda a calentar a tu madre!!!!»