Definitvamente soy yo la que se inventa conexiones especiales y brillos en los ojos…
Todo pasa en mi cabeza. Nunca en la vida real. Nunca en la cabeza del otro.
Siempre soy yo la que se produce toda una película romántica alrededor de una copa de vino y una pizza mal servida.
Soy yo la que piensa en él al llegar al aeropuerto. La que le escribe mensajes a miles de kilómetros y siente en la piel que está bien cerquita. Soy yo la única que se ilusionó pensando que él quería tocarme y darme un beso.
Sí, soy la tonta que cree que sentarse a hablar de su vida y de la mía, de familias, gustos, futuro, profundidades y descalabros… significa algo. La que no ha entendido a Borges cuando dice que los “besos no son contratos ni los regalos promesas”.
Una vez más, mi yo terrenal apaga el proyector de esta película barata que me he inventado, pone los dos pies en el pavimento… y comprueba que nada de eso significó un carajo.
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Daños Colaterales
Cada cierto tiempo tengo la manía de dejar que un arrebato de adrenalina me lleve por los caminos del mundo y le dé una sacudida a mi vida. Es como romper un ciclo de monotonía y ponerle un poco de sal a mi entorno.
La última vez que me sucedió fue en septiembre de 2009 cuando comencé a planear un viaje a Nueva York. Las razones eran bastante razonables: mejorar el inglés, familiarizarme con el sistema norteamericano, subir de nivel en el trabajo y sobre todo, darse un baño de gran ciudad como sólo es posible en las calles de Manhattan.
Generalmente, cuando planifico un evento importante como ese, suelo ser metódica y previsiva. “Me voy unos seis meses a Nueva York, me va a ayudar mucho en mi carrera” – me digo a mí misma, convencida siempre de que la planificación se hace en base a eso: la carrera, el ascenso, el crecimiento.
Lo que nunca tuve la previsión de anotar es que la ciudad de Nueva York me iba a traer también otras sorpresas a nivel personal. En mi lista de “pendientes” nunca planifiqué que alguien iba a acercarse en el andén del metro para hablarme de amor. Tampoco estaba previsto que alguien me diera un beso a las orillas del Hudson y que se quedara incrustado en mi cabeza, aún a cuatro mil kilómetros de distancia.
No pensé que alguien más se iba a enamorar de mí y yo tendría que pasar el mal trago de rechazarlo. Alguien que todavía me escribe y me extraña…
No pensé en que iba a encontrar un grupo de amigas con las que podía contar para cualquier cosa, que saben ahora muchas de mis intimidades y que son bienvenidas en mi corazón para siempre.
No, realmente soy una cabeza hueca cuando digo a la ligera “Me voy 6 meses y vengo”, sin pensar en los daños colaterales que trae un desarraigo, por breve que sea.
Aprendizaje, sí. Inglés, también. Pero… ¿qué pasa cuando el corazón no estaba metido en la lista pero también vivió el viaje al máximo? ¿Qué pasa cuando las circunstancias te hacen volver pero se te quedan algunas venas sueltas en la tierra que te recibió?
¿Qué estaba pensando yo? Que iba a estudiar, a crecer, a trabajar durante seis meses… ¿sin vivir?
Soy yo
No es el mundo que de pronto se volvió el lugar más aburrido del universo. No.
No es él, que sigue estando tan pendiente de mí como siempre.
No son mis amigos, que se divierten y se ríen a carcajadas mientras yo quiero irme corriendo a dormir.
No es el exceso de Internet o de televisión. O de noticias o de radio.
No se trata de sueños no cumplidos, porque ahí están todos los que yo quería: realizándose.
Definitivamente no es el entorno, no es afuera donde está el problema.
Es adentro. Soy yo.
Soy yo la que no le encuentra gusto a los días, la que necesita ir a reportar un tsunami en Indonesia para sentirse motivada. La que odia los fines de semana y ama los lunes.
Soy yo la que está mortalmente aburrida, la que no se adapta, la que se ha acostumbrado a andar tan independientemente por la vida que ya nadie la soporta.
Soy yo la que sueña con una valiosa compañía pero sigue preparando el terreno para continuar sola hasta el infinito.
Soy yo la contradicción, la desidia, la pieza que no está encajando en ningún rompezabezas.
No creas que no me doy cuenta, ya lo sabía… definitivamente soy yo.
Olores que matan…
Ya he dicho otras veces que de todas las experiencias sensoriales, la que me resulta más sensual es el olor. Y cada vez me convenzo más de que esa debilidad juega en mi contra.
Estoy en ese proceso de concentrarme en las cosas importantes y olvidarme de tus abrazos. Casi lo logro… pero por Dios que cuando me encuentro con tu olor divino en mis espacios, el proceso se revierte.
Te lo dije desde el primer día, sin ningún tipo de verguenza: «Hueles rico…» Pero no me imaginaba que eso iba a dejarme indefensa ante tu recuerdo más tarde. Mi abrigo amarillo todavía guarda tu esencia y ni siquiera abriendo las ventanas de mi carro toda la noche logro que se vaya tu olor.
Lo peor es que no metí toda la ropa en la lavadora… porque en el fondo, disfruto encontrar tu perfume escondido en un pliegue de tela.
Yo prometo olvidarte, está bien… pero por favor, llévate tu olor contigo. Me está matando.
Creo
Creo en la luz que veo en mis propios ojos cuando me siento bendecida por Dios.
Creo en mi conciencia que nunca se ha equivocado y siempre me grita con voz ahogada, desesperada cuando no la escucho.
Creo en el amor, aunque me siga dando coñazos.
Creo en la palabra firme de un hombre bueno y noble.
Creo en los que saben reconocer el momento justo de regalar una rosa o dejarse regalar un beso.
Creo en mí misma y en mis capacidades, en mi rigor para que todo se haga bien.
Creo en mi sobri Daniel, que es la pureza concentrada en un bebé. Una fuente de ternura que renueva los ánimos y le pone brillo a los días.
Creo en prohibir que un día se parezca a otro.
Creo en rezar antes de acostarse para dormirse arrullado desde arriba. Creo en mi propia religión donde soy la niña de Dios y le pido las cosas como quien se las pide a “papi”.
Creo en los períodos tristes, que son necesarios para que los alegres se fortalezcan y se mantengan en el tiempo.
Creo en mis amigos, que me ayudan en cualquier situación, cualquier día, a cualquier hora y me hacen simplemente feliz.
Creo en el amor de madre, infinito y entregado. Invaluable y precioso.
Creo en mi cámara fotográfica nueva que me ha dado una visión diferente del mundo.
Creo en la música, en la locura genial de Mozart y en los dedos atormentados de Chopin. En la pintura maravillosa de Leonardo o en una vena de piedra de Miguel Ángel.
Creo en Edith Piaf, con su “voix roulée” que tanto transmite y que no me canso jamás de escuchar.
Creo en la tecnología y sus maravillas aunque se vuelva adictiva. Creo en Facebook, el email y el msn que me han devuelto a muchos que creía perdidos.
Creo en las conversaciones de 16 horas donde el fastidio nunca aparece.
Creo en trabajar hasta la madrugada si eso equivale a dormir satisfecho la siguiente noche.
Creo en la poesía urbana, en el capítulo 7 de Rayuela, en Benedetti.
Creo en el olor a sexo, que le extrae el sentido primitivo a la vida.
Creo en los cambios, aunque a veces dormir sobre el colchón de lo conocido se sienta tan bien.
Creo en soñar y decretar que mis sueños se cumplen simplemente porque yo lo decido así.
Creo en mi propia ingenuidad que a veces me hace tropezar… pero me sigue dando la ventaja de atreverme.
Creo en el perfecto castellano, en un melodioso acento argentino, en un modismo maracucho y en un buen naguará barquisimetano.
Creo en la familia, en las navidades juntos.
Creo en el baile, en la risa, en los abrazos, en los besos y en las manos entrelazadas.
Y sobre todo, a pesar de los altos y los bajos, creo en la teoría que me hace levantarme todas las mañanas: que lo mejor de mi vida está aún por suceder.
Que así sea.
Furia … otra vez
Esta vez sí es verdad que no quiero que nadie me hable.
Ya está bueno, trato de ver lo positivo de las cosas pero lo negativo no deja de trancarme el paso. Otra vez con esta magnánima arrechera encima. Otra vez con estas ganas de gritarle a todo el mundo, correr y encerrarme en mi cuarto por 10 siglos. Otra vez con ganas de no hacer nada y al mismo tiempo, hacer todo y volver al ruedo otra vez.
Estoy furiosa con las circunstancias, pero al mismo tiempo me pregunto si yo soy la culpable de que existan o hay algún duende que ha movido los hilos para divertirse con mis desdichas.
No quiero comiditas calientes, ni palabras dulces ni consuelos de tontos como «Ten paciencia… que todo llega» A la mierda!!! Me tienen al borde todos… y sí, lo sé, yo también los tengo hartos.
De verdad, ya no sé qué más hacer… quiero irme corriendo a alguna parte, así sea en fantasías. Quiero estar un tiempo en el vacío, por Dios!!! Y no saber de nada más que de reposo.
Soy un bicho raro, definitivamente. Los días libres no me sientan bien (me aburren a más no poder) la cercanía de la gente me molesta y esta inamovilidad me está comiendo el cerebro. Necesito salir de aquí y tomar el control otra vez. Sentirme viva!!!
Esta sensación pasará, lo sé bien. Pero ya ha durado demasiado, es suficiente. No entiendo cómo las cosas han llegado hasta este punto y sobre todo, como yo he dejado que me hagan sentir de esta manera. No se puede.
Levántate, niña de los Angeles, que ya es hora de que te laves esa furia del rostro y sigas adelante. No queda otra opción.
El mal entendido Carpe Diem
Desde que ví mi película favorita de todos los tiempos «La Sociedad de Poetas Muertos», la frase Carpe Diem me cautivó de una manera impresionante. Es la que me da la bienvenida en mi celular todas las mañanas o la que me repito cuando me falta empuje para lograr algo.
Siempre la he entendido como «Aprovecha el día» (Seize the day) , un sinónimo de construir, de levantarse temprano y dar lo mejor, de no desperdiciar ni un minuto, disfrutar de estar vivo y saborear conscientemente esa maravilla… Como bien nos enseñó el profesor Keating: sacarle el tuétano a la vida.
Sin embargo, con el correr del tiempo, me he dado cuenta de que la mayoría de la gente no lo entiende de esa manera. De hecho, es obvio que Carpe Diem es utilizado mundialmente como sinónimo de Vive el hoy sin importar más nada.
Pareciera que esta voz latina le da legitimidad a aquella autocracia de vivir el momento sin involucrarse, con la tranquilidad de quien le importa un carajo el resto del mundo. Me da la impresión de que se ha convertido en una bandera para aquellos que promueven las sensaciones libres y a veces sirve de escudo también para los irresponsables.
Mi Carpe Diem es totalmente diferente y he tenido que aprender a usarlo con cautela delante de otros. Lo que para mí significa esfuerzo, para otros significa relajación e incluso abandono. Entiendo que cada quien es libre de interpretar a su manera, pero yo me siento bastante satisfecha con mi concepto personal.
Sigo con mi lema de aprovechar el día… aunque de vez en cuando, abandonarse también es necesario. Pero por favor, no me etiqueten el placer fácil y egoista como Carpe Diem.
Hambre en la gran ciudad
Hay hambre en la gran ciudad…
Entro en un restaurant y tengo la extraña sensación de que está vacío, pero pronto me doy cuenta de que todas las mesas están llenas. Ya entiendo… en cada mesa hay una sola persona, almorzando con su celular, acompañada de su agenda.
Esta es una ciudad rápida, ciudad de responsabilidades y de tiempo en contra. No hay mucha oportunidad de compartir una comida. Quizás hasta siento lástima por ellos… tan solos…
Hasta que, mirando al frente, me encuentro un espejo que me devuelve la misma soledad: mi propia imagen almorzando con mi celular, acompañada de mi agenda…
Falda plisada y medias blancas
En la puerta, una monjita vestida de blanco me recibe con una sonrisa llena de curiosidad y para mi propia sorpresa, el saludo me salió tan natural como hace 20 años:
“Viva Jesús, sor…”
“Viva María, buenos días” me respondió la hermanita.
Sólo eso bastó para verme a mí misma nuevamente con falda plisada y medias hasta la rodilla, cantando el himno nacional y orando en grupo.
La gruta del jardín, el patio donde jugábamos pelota y donde nos peleamos varias veces… La capilla donde íbamos a misa todos los miércoles sigue oliendo al mismo perfume de madera, las escaleras donde presenté mi obra de títeres siguen aplaudiendo el éxito de ese día y los bancos donde esperaba que mi mamá viniera a buscarme ya no son de color naranja sino azules.
Pregunté por mi favorita, Sor María Eugenia, y alguien respondió que había llegado a ser directora del colegio. ¿Y quién sino ella podía serlo?
Mentalmente, me puse a hacer una lista de mis compañeras y me di cuenta de que recuerdo sus caras pero no todos sus nombres. También volvieron las excursiones, las obras de teatro y aquella vez que las hermanas nos llevaron a la piscina… qué época tan sencilla, tan bonita.
En medio del pasillo, me pregunté internamente si me había convertido en la mujer que me imaginaba que sería… y creo que de alguna forma, sí.
Pienso que, en su inocencia y con las ganas de vivir que tenía, la niña de medias blancas se habría sentido orgullosa…
Sí se puede tener todo…
… pero no al mismo tiempo.
Entiéndelo: no puedes hacer un postgrado en el exterior y al mismo tiempo tener un bebé. No puedes crecer como quieres en la radio y, al mismo tiempo, ser experta en comunicación corporativa, corresponsal del extranjero, guionista, productora, profesora en otro estado, propietaria de una franquicia, animadora de TV y estudiante de música.
Y no es que tus capacidades no lleguen a esos niveles, al contrario, puedes hacer eso y más. Pero, créeme, no al mismo tiempo.
No sé por qué tienes esa carrera loca contra el tiempo como si alguien te hubiese puesto un cronómetro en el cerebro. ¿No eras tú la que decía «Lo más bonito del camino será recorrerlo»??
Por otra parte, tampoco puedes ser novia y hablar de vidas juntos y, al mismo tiempo, pretender que eres sólo una «amiga con derecho» y que eres dueña de tu libertad. Decídete, pana.
Tienes que establecer un filtro, establecer prioridades y también aprender a decir que NO.
Algún conejo se te va a quemar… ¿o debo decir que ya se te quemó?