Siempre 24

Ayer te vi de nuevo.
Cada encuentro sólo sirve para confirmar que ya no tenemos nada en común. Me cuesta un mundo creerlo, pero con cada palabra me convenzo más de que dejé de conocerte hace mucho tiempo.
Ya no tengo ni la más remota idea de quién eres, ni de cuáles son tus nuevos gustos o tus proyectos. Ahora te veo como una versión desgastada de ti mismo, me parece que alguien te ha robado la pasión y la sonrisa.

Pero no me voy a concentrar en decir antipatías, sólo vine a confesarte algo que quizás te sorprenda: sueño contigo a cada rato. Pero en mis sueños tienes la misma edad que tenías cuando te conocí, tienes ese aire fresco en el cabello y esa luz en los ojos que desbordaba energía y contagiaba a todo el mundo.
En ese sueño que se repite, bailamos juntos, nos besamos y hablamos de todo un poco. Nos conocemos bien, nos sentimos cerca. Nos amamos…

Y por eso, cada vez que te encuentro, el corazón se me arruga de ver todo lo que perdimos. No sé por qué nunca nos dimos cuenta de cuán especiales éramos juntos.
Me doy cuenta AHORA, que me cuesta tanto encontrar una segunda mitad y que probablemente no la encuentre nunca.
Por eso mi cabeza ha fabricado una forma de seguir viviendo ese episodio maravilloso donde tú tenías 24 años y yo creía ciegamente que pasaríamos 100 años más juntos. Y aunque envejezcas, aunque el cuerpo no te responda como quisieras, en mis sueños siempre serás ese muchacho adorable que me cantaba canciones en el parque.
Allí te quedaste, allí te guardé.

Un país llamado intimidad

Esta es una historia que nació por casualidad en un día de trabajo y se ha mantenido como niña caprichosa en el antojo de no morir, aunque para ello deba sacudirse la sensatez y asumir la locura peligrosa como fuente de alimento.

Antes de empezar, quiero oír a Silvio diciendo que ojalá pase algo que te borre de pronto, para no verte tanto, para no verte siempre en todos los segundos, en todas las visiones.
Parece entender bien mi situación, aunque nunca me haya conocido. Parece entender que necesito de un elemento externo que catalice el proceso de olvido porque yo, con mi débil voluntad, me tardaré años…

Un país tú, un país yo y un tercer país nuestro encuentro.

Durante meses me resistí con todas mis fuerzas a cometer un desatino de esa magnitud. ¿Tomar un avión y viajar doce horas para verte? Perdóname, una señorita con mi cerebro y mi status de ejecutiva internacional no se permite esos absurdos.

Un rayo de los dioses envió un trabajo importante que se metió en el medio de los dos y me salvó por un tiempo de lo que parecía un error. Ahora veo que el error más grande habría sido no ir a abrazarte aunque tuviera que llegar nadando a Australia.
Pero fíjate cómo es de alcahueta el destino que, en un pase de magia burocrática, quitó ese trabajo de mi vista y me dejó en el medio de la calle, desnuda de toda excusa para no ir a verte.
Y es que en verdad, con excusa o sin ella, yo sí quería ir a encontrarte. Yo sí quería entregarme a los absurdos y a los desatinos. Yo sí quería deslastrarme de mi cerebro internacional y pensar con la piel al menos por una vez.

“A la mierda todo” – dije por fin – valiente y decidida. Tomé mi pasaporte, mi boleto, unos cuantos dólares y viajé hasta la madrugada sólo para volver a olerte de cerca.

Miedo seguía habiendo, eso no lo puede negar ni Dios. Miedo a convivir con alguien durante una semana, cuando hacía varios años que no compartía mi cama por más de una noche. Miedo a que este viaje se convirtiera en un vulgar intercambio de fluidos y no en una historia de amor, como sigo soñando a pesar de tanto golpe.

Pero te juro, bello compañero, que en el momento en que por fin te abracé y sentí que eras de carne y hueso otra vez, que no de cables de Internet ni de imágenes de memoria idealizada; en ese preciso instante, el miedo se devolvió por donde vino.

Más que eso, hubo instantes de colección donde llegaste mucho más lejos de lo que esperaba.

Debo reconocer, por ejemplo, que me sorprendiste extendiendo tu mano hacia la mía en el teatro, ¿te acuerdas? Ese temor inicial de que este encuentro sería puramente carnal, desapareció completamente. Tu mano lo aplastó, lo deshizo en un solo toque.  Y sí,  yo me perdí un poco de la obra, sin lamentarlo siquiera, porque mi verdadero espectáculo estaba en nuestros dedos entrelazados. Vaya delicia…

Dame un respiro, voy a tomar un vaso de agua que la garganta se me seca de tanto recordarte. Mientras tanto, voy a hacer sonar a Frank pidiendo utopías. Se parece a mí cuando ruega, como algo vital, que lo salven de vez en cuando de su soledad.

Por supuesto, esta historia no estaría completa sin una oda a tus dones de amante.
¿Existe una escuela de placer en tu tierra? Esa sería la única explicación lógica a esa facilidad de encontrar puntos claves de orgasmos, a tu lengua divina que no se cansa hasta verme en el más primitivo de los arrebatos.
Yo sentí también el furor de recorrer todas tus esquinas, de besarte, de lamerte, de morderte sin prejuicios. De subirme a tu cintura sin control, como quien se lanza en paracaídas y se siente más vivo que nunca.
De tanta intensidad quedan algunas huellas que yo he bautizado como “mordiscos de sangre azul”, trazos de pasión que se han convertido en manchitas moradas, vecinas de un pubis más que satisfecho de tu visita. Un testimonio colorido de que embistes con fuerza, con masculinidad, con ardor. Lo dije aquella primera noche y lo repito hoy sin complejos: “¡Vaya intensidad, caballero!”

Pero más que sexo, en este viaje yo encontré la historia que estaba buscando y que lleva por título una sola palabra: intimidad. Cercanía aderezada con música, con películas tontas y profundas, con besos en la frente y un abrazo al dormir que se volvió costumbre en cuestión de horas. Intimidad fue sinónimo de un baño en pareja, de paseos por el parque, de relatos de amores pasados. Fue también la tranquilidad de tocarnos sin vergüenza, con la confianza de quien se sabe dueño del otro aunque sea por una temporada feliz.

Pero la realidad finalmente llegó. Cero sorpresas, ya sabíamos cómo iba a terminar este cuento.
Son las dos de la mañana de nuestra última noche y te pido acostarnos a dormir, pero tu respuesta me quita el sueño: “Tú vas a dormir mañana, yo voy a dormir mañana… pero ¿cuándo vamos a estar juntos otra vez?”.

Buena pregunta.

Salimos al frío de la madrugada, cada quien de regreso a su patria.
Y no digo nada para no echar a perder el momento. Tanto silencio me hace parecer tonta, aburrida. Pero créeme que quedarme callada es lo más inteligente que puedo hacer.
Hablarte a la cara cuando falta poco para que desparezcas sería como abrir la compuerta de una represa de emociones. Hablarte ahora, cuando todas mis fuerzas quisieran que a este estúpido avión se le dañaran los cuatro motores antes de salir, sería cubrirte de frases empalagosas.

Es más inteligente parecer silenciosamente tonta que lanzarme a preguntar cuándo se te volverá a ver, cuándo voy a poder acariciarte las manos con mi cremita de dormir o acercarme a tu cuello con olfateos de perro. También se me queda en el tintero otra pregunta: ¿Pensarás en mí cuando yo no esté?  No me atrevo a abrir la boca, no me queda más opción que imaginar que sí.

El llamado a abordar se tarda tanto que hace daño.
Mis pies quieren levantarse sin mirarte, entrar en el avión y no darle más largas a este adiós que ni siquiera será un adiós verdadero. Porque un adiós es un corte limpio, es decir “hasta aquí llegamos, vete”. Este no. Este será un hasta luego, un “hasta que se pueda otra vez” y si no se puede, será un adiós que fingirá que no le importa.

Finalmente, anuncian mi turno. Me das un beso tímido, como quien no quiere avergonzarse ante la mirada de extraños … y yo clavo mis labios en tu cuello como quien no se ha enterado de que hay alguien más en la sala.

Te vas. Volteas a verme más adelante, me lanzas un beso de nuevo… pero igual te vas.

Y en ese preciso instante en que te pierdes de vista, mis pestañas brillantes y mojaditas le gritan a todo el aeropuerto lo que yo no me atreví a decirte: que una parte de mí se había resistido estoicamente a enamorarse, mientras que la otra… ya se había enamorado hace rato.

Pobre ilusa…

desilusion

¿Y ahora yo qué hago? ¿Dónde pongo esta adoración que se anidó en mi cuerpo y que tenía ganas de entregarte todo? ¿Dónde se arroja la ilusión que uno ha acumulado durante meses y que ahora se ha quedado sin su objeto de amor?

Y aquí estoy, triste, incrédula, sin ganas de levantar la cabeza, parada en el medio de la calle… no pasa ni siquiera un carro que toque corneta y me saque de este mundo paralelo en el que he caído.

Yo definitivamente me enamoré de tí, no tengo ni siquiera las fuerzas para negarlo. Habías llenado todos los requisitos, ante mis ojos eras absolutamente perfecto. Un día hasta me atreví a decirte que eras la respuesta de los ángeles a mi búsqueda. Y realmente lo eras…

Podíamos hablar sin cansarnos, podíamos bailar y ser los más bellos de la pista. Me encantaba tu inteligencia, tu ropa, tu manera de moverte, tus metas a largo plazo, tu sensibilidad.
Yo soñaba con presentarte a mi familia, con pasearnos del brazo por todas partes, ardía en ganas de gritarle al mundo que finalmente Dios se había acordado de esta pobre infiel y le había enviado un compañero maravilloso…

Realmente anhelaba eso. Lo anhelé primero con alguien anónimo y cuando te conocí… le pusiste rostro y nombre a ese sueño.

Lo peor es tener esta sensación de ser la mujer más estúpida de la tierra. Lo peor es darse cuenta de que todos lo sabían y la única ciega que quería darle un mordisco a tu masculinidad era yo.
Yo, la que creía que nuestras charlas significaban algo, que mi “poder conquistador” estaba ganando terreno en tu corazón y que mis historias de amor quizás podían hacerte notar que me moría por besarte. Pobre ilusa…

Hoy me he declarado totalmente incompetente en materia de hombres. No los conozco, no sé descifrarlos, no sé quienes son… no quiero acercarme a ninguno.

Y aunque me lo dijiste en la cara me costó creerlo… no sabía si mi interpretación era errada, no podía detenerme a pensar que me había estrellado de frente contra la pared de la realidad. Tuve que describirle nuestra franca conversación a mi hermana y escuchar de ella el veredicto: “Sí, Andre, es homosexual…”

Soy yo

Nube sobre la cabeza

No es el mundo que de pronto se volvió el lugar más aburrido del universo. No.

No es él, que sigue estando tan pendiente de mí como siempre.

No son mis amigos, que se divierten y se ríen a carcajadas mientras yo quiero irme corriendo a dormir.

No es el exceso de Internet o de televisión. O de noticias o de radio.

No se trata de sueños no cumplidos, porque ahí están todos los que yo quería: realizándose.

Definitivamente no es el entorno, no es afuera donde está el problema.

Es adentro. Soy yo.

Soy yo la que no le encuentra gusto a los días, la que necesita ir a reportar un tsunami en Indonesia para sentirse motivada. La que odia los fines de semana y ama los lunes.

Soy yo la que está mortalmente aburrida, la que no se adapta, la que se ha acostumbrado a andar tan independientemente por la vida que ya nadie la soporta.

Soy yo la que sueña con una valiosa compañía pero sigue preparando el terreno para continuar sola hasta el infinito.

Soy yo la contradicción, la desidia, la pieza que no está encajando en ningún rompezabezas.

No creas que no me doy cuenta, ya lo sabía… definitivamente soy yo.

Lejos

Qué ganas de complicarse la vida, de verdad.
Qué ganas de seguir respirando adrenalina y sintiendo que los latidos me van a hacer explotar el cuerpo.
Y qué ganas de salir corriendo nuevamente a tomar un avión y volar a darte un beso, a hacerte el amor, a comerte a pedazos.
A morderte, a chuparte, a lamerte.
A mirarte toda la noche, a acariciarte la espalda, a verte bailar de nuevo y a escuchar ese acento extranjero que me destroza la razón.
He estado recordando cuantas locuras hice por ti y las he vuelto a vivir intensamente: atravesar el océano, caminar bajo rayos y centellas con una sonrisa y recibirte con pasión desde el primer día porque no había otra opción en mi cabeza.
Cómo quisiera poder tomar mi carro y llegar hasta tu casa… lástima que haga falta mucho más que eso para estar juntos.
Casi puedo sentir el calor de tu colcha de plumas, esa que nos hizo sudar en cinco minutos… Casi puedo ver la iluminación de tu cuarto titilando en mis ojos… Casi, casi puedo sentir la textura de tu cabello en mi nariz .
Abro tu Facebook y vuelvo a ver tus fotos mil veces más, como una enferma.
Vuelvo a sonar esa grabación de tu voz que hice sin que te dieras cuenta y me enamoro de tu dulzura otra vez…
¿Por qué no pudiste nacer en la misma ciudad que yo y estar ahora recostado en mi pecho y no pasando frío en soledad?
¿Por qué pareces tan cercano y estás tan terriblemente lejos?
No es justo.

Fábrica de mariposas

No te sigas esforzando, amor mío.

Ya está bien, ya probaste que puedes intentarlo y con eso me basta. Sé que tienes toda la buena intención del mundo para construir un amor bonito conmigo… pero también sé que a pesar de tus esfuerzos, no hay ningún sentimiento que te salga de las entrañas.

Aunque no lo diga, me doy cuenta de que la magia que hubo entre tú y yo se fue de viaje y muy probablemente no regrese. Me doy cuenta de que yo te abrazo y tú contestas con una sonrisa nerviosa. Me doy cuenta de que nos falta pasión, deseo, cosquillitas. Yo quiero con todas mis ganas que me pongas contra la pared y me des un beso … y tú te despides con un respetuoso «Hasta mañana».

Te lo dije: si no sientes mariposas en el estómago, no hay nada que hacer. Las ganas nacen o no, se sienten o no… pero definitivamente no se pueden fabricar.

No le pongas más empeño, mi vida. Aprecio tu esfuerzo y sé que lo haces con toda nobleza, pero no quiero sentir que estoy mendigando el amor de nadie. Siempre podremos seguir siendo amigos, conversar, entendernos. No estoy saliendo de tu vida para siempre, sólo estoy señalándote la verdad.

No sigas luchando para lograr un producto. Tu amor debe ser espontáneo, sincero, genuino.

Si lo fabricas no sirve.  No me sirve.

PD: Quizás lo entiendas mejor si lo escuchas de Pablo.

Sólo esta noche

Mañana voy a sentirme infinitamente mejor, lo sé.

Pero hoy voy a pedirte que me dejes vivir esta tristeza hasta el fondo. Déjame escuchar canciones de esas que cortan las venas, déjame leer poemas y sentarme a compararlos con mi propia historia frustrada. Déjame ponerme intensa con estos asuntos del corazón, que pocas veces tengo la valentía de permitir que el amor me vuelva mierda.

Déjame ser protagonista hoy de un drama griego… que ya mañana volveré a vivir la realidad y a reírme de esta estúpida melancolía.

Pero hoy todavía quiero que mi almohada me acompañe a llorar un rato antes de dormir. Hoy todavía quiero que el corazón me palpite lento, cansado… porque no desea volver a acelerarse ni por él ni por nadie.

Mañana me maquillo y me pongo la blusa más bonita, pero hoy déjame usar mi franela vieja y que se me vean las ojeras…

Mañana vuelvo a ser la periodista equilibrada, la que persigue presidentes y cubre política internacional… pero esta noche permíteme sentirme escritora de novelas rosa, déjame ser romántica hasta rayar en lo ridículo. No tengo nada que perder.

Esto pasará mañana, no te preocupes. Prometo que con la luz del día yo volveré a ser la mujer más racional, eficiente y entusiasta de este mundo… como de costumbre.

Pero esta noche, sólo esta noche, déjame llorar que se fue… y ayúdame a reconocer que, a pesar de todos mis esfuerzos, no me cabe la tristeza en el cuerpo.

Cobarde

Muchas he veces me he puesto a pensar en lo que habría pasado si te hubieses atrevido a escogerme.
Creo que tu vida sería mucho más divertida, más plena. Habríamos jugado en equipo de manera sincronizada y en complemento, no como te veo ahora… jugando solo.
Creo que te hubiese gustado que te diera mil besos antes de dormir y que camináramos de la mano por el parque. Casi puedo jurar que te sentirías enamorado, apasionado… vivo.
No como te veo ahora que buscas cualquier excusa para no volver a tu casa porque sabes que no encontrarás ahí lo que necesitas. Ahora te inventas amigos, responsabilidades, motivos de toda índole para pasar de largo a una realidad que te da pánico afrontar: que no eres feliz ni lo has sido en mucho tiempo.

Desde mi punto de vista la solución sería tan fácil como cerrar la puerta diciendo “Me voy” y utilizar la primera bocanada de aire fresco para recargar el ímpetu que siempre he admirado en ti.
Pero sé que no lo harás… sé que antes de tocar el pomo de la puerta, el miedo te congelaría las venas. Sé que te has convertido en esclavo de tu zona de confort… esa que te hará vivir por años bajo los cánones de tradición y que poco le importa matar tu entusiasmo.
Eres un cobarde con todas sus letras.

Hoy, he recordado nuevamente un poema andaluz de Rafael de León que mi abuelo solía leerme, y que me permito citar aquí para convencerme a mí misma de que nuestro viejo sueño de estar juntos jamás se hará realidad.

Tú… cada noche en tus sueños
soñaras que me querías
y recordarás la tarde que tu boca me besó
y te llamarás cobarde, como te lo llamo yo
y verás sueña que sueña,
que me morí siendo chico
que se llevo una cigüeña mi corazón en el pico
Pensarás: no es cierto nada
yo sé que lo estoy soñando
pero allá en la madrugada
te despertarás llorando
Por el que no es
tu marido… ni tu novio… ni tu amante…
sino el que más te ha querido
Y con eso tengo bastante…

Pero la vida sigue, yo estoy más que satisfecha de lo que me ha tocado vivir y sentir, aunque reconozco que sigues siendo una materia pendiente en mi historial.
Me consuelo al pensar que tengo amores por delante que me reconfortarán, que mi libertad para escoger sigue intacta y que sólo yo decidiré cuando ejercerla con convicción, mientras tú seguirás eligiendo un confinamiento que te está secando el alma.
Y termino con una frase que te he dedicado por años y que, quizás suena a maldición, pero realmente es la triste conclusión de nuestra historia:
“No te mando más castigo que estar durmiendo con otra y estar soñando conmigo…”

Hambre en la gran ciudad

Chica laptop comiendo

Hay hambre en la gran ciudad…

Entro en un restaurant y tengo la extraña sensación de que está vacío, pero pronto me doy cuenta de que todas las mesas están llenas. Ya entiendo… en cada mesa hay una sola persona, almorzando con su celular, acompañada de su agenda.

Esta es una ciudad rápida, ciudad de responsabilidades y de tiempo en contra. No hay mucha oportunidad de compartir una comida. Quizás hasta siento lástima por ellos… tan solos…

Hasta que, mirando al frente, me encuentro un espejo que me devuelve la misma soledad: mi propia imagen almorzando con mi celular, acompañada de mi agenda…

Tan perfecto…

Eras el hombre ideal. Incluso cuando no debía permitirme soñar contigo, ya me había atrevido a hacerlo. Parecía que el mismo Dios te hubiese enviado como regalo hecho a la medida.
Alto, bello, con ese cabello a medias despeinado que sólo pude tocar un par de veces…
Culto, inteligente… podíamos hablar de cualquier cosa por horas sin importar la profundidad del tema, siempre tenías una respuesta acertada para todo.
Desde jazz hasta mercadeo, desde deporte hasta viajes.
Desenvuelto, dueño de los alrededores… eras ese hombre encantador que se gana la amistad de todos y reparte saludos en cada esquina.
Yo no podía menos que enamorarme de ti, ¿Cómo no hacerlo si mis ojos brillaban de emoción sólo con verte existir? ¿Cómo no respirar orgullo al verte caminar conmigo?
En mi cabeza y a pesar de mis rigurosos criterios de evaluación, eras perfecto.
Tan perfecto… que fuiste a buscar a alguien mejor que yo.